7 de noviembre de 2009
Temprano de mañana
Hoy te despertaste y fuiste conciente de su ausencia. El frio de la noche habia recorrido centimetro del calcio de tu huesos y habia transformado tu cuerpo en un saco helado cubierto por un par de sabanas viejas y roidas. La luz del sol se filtro por la delgada rendija que escuadriñaba tu ventana y esas cortinas amarillas un poco desgastadas; y se deslizo desde tu cuello hasta tu ojo derecho e hizo que te despertaras. Extendiste tu mano y te diste cuenta del espacio vacio, inocuo, frio, ausente, que se encontraba a tu lado. Su ausencia se iba arrastrando hacia ti, se metia entre tus poros y te carcomia, te iba quemando como una pequeña brasa que poco a poco consume el cigarro que se queda olvidado en un viejo cenicero. Te incoporaste con pesades, viste la hora en ese viejo reloj que cortaba el silencio con el ruido de sus manecillas y decidiste que era tiempo de olvidar.
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